La noche era
larga y el frío aterrador, llueven piedras blancas como diamantes, el sol a se
ocultó y no se ve ni la propia sombra. Aún hay mucho por hacer, la candileja se
está apagando, ya es poco el petróleo que hay para echarle, y el viento sopla
como queriendo dejarme a oscuras.
Ya un poco
asustado, y pensando más de la cuenta, escuché una voz como si alguien me
llamara: Joselillo, Joselillo me dacia aquella voz, hubiera podido yo caer
muerto del miedo sacudido por el violento trueno y esa luz enceguecedora, sería
una ilusión o el sueño que me desvanecía, pues en esta casa sólo vivo yo y mi
mujer, me dije. Al instante recordé que ella estaba ya acostada y dormida, me
volvió el alma al cuerpo pues supuse que era ella quien me llamaba.
Muchas veces
pensé en tapar esas goteras que caían sobre la cama cuando llovía así con
tantas ganas, pero al otro día se me pasaba pues ya había escampado y ya no me
acordaba. Pero uno ya se acostumbra a que le estén echando vaina cada vez que
las cosas pasan, apenas abra los ojos en la mañana, me dije, será lo primero
que haga para que mi esposa no me deje otra vez con las ganas.
Sin reparar
muchas cosas en la casa y tantas otras sin comprarlas ella ya no aguantaba. Y
en voz baja, para no despertar sospechas murmuraba.
No estaba la
gente aprendiendo casi nada de lo que se le enseñaba, al contrario, perdiendo
el tiempo el cual les hacía falta para sus labores diarias, fijó la miraba en
sí mismo como diciéndose, ¿Qué estoy haciendo aquí? Más valdría estar haciendo
algo útil para mí, envés de estar perdiendo mi tiempo con estas gentes sin
esperanzas de vivir.
Como el agua que correo por los caminos después de
un fuerte aguacero, son las personas sin deseos de aprender, se escandalizan
ante lo desconocido y corren como gallinas asustadas al ver un ave rapas
sobrevolando con ganas de comer.
Y al
darse cuenta de lo exigente de la
enseñanza, sabiendo que obligaba a un cambio de actitud, los hombres de aquel
lugar prefirieron largarse de una buena vez, lejos de allí envés de cederles algún
derecho a su mujer, pues sus mentes perturbadas por el machismo mal fundando, o
por la falta de verdadera hombría, creían que la mujer no podría ser igual ni
como ellos valer.
Su marido se
acercó con un movimiento tambaleante, como si estuviese algo borracho, aunque
inconsciente de que su mujer estaba despierta se le fue arrimando y tiró de la
sábana hacia sus hombros y se acomodó juntito a ella como quien busca algo de
calor.
Pero al
tocar el cuerpo de su mujer, cargado de aromas agridulces, como si estuviese en
un trapiche moliendo caña madura, se trasportó a un mundo mágico de pasión y
ternura, de encantos y románticas notas
de amor. Al instante su mujer saltó como
liebre en peligro y lo dejó tan frio y pasmado que no tuvo más remedio que
dormirse regañado.
Dejando caer
lentamente sus párpados, olvidando sus buenos pensamientos, se abandonó al
sueño que regresaba, después de estar ya casi dormido en aquel bar en donde andaba.
Sólo volvió
a despertarse cuando le cantó el gallo junto al oído, pues su mujer lo hacía
dormir con las gallinas cada vez que tomado llegaba.
Pobre
Joselito, negras eran sus noches de vagancia, solo con el tiempo y la
paciencia, se contentaba con su amada, esperaba a que se cansasen sus ganas y
ya sin fuerzas de pelear, ella misma se daba sus mañas cuando llegaba al mundo
la mañana, para así hacerle saber que ella era quien mandaba.
Pero al
cantar por tercera vez el gallo a la alborada, a toda marcha tenía que
levantarse de la cama. Las labores del
campo eran duras y pesadas que no quedaba tiempo para tanta melosería con la
almohada.
Joselillo
miro al cielo, el sol había madrugado, no había ni siquiera una nube en el
horizonte, un color único empezando a brillar, era un amanecer especial, no
quedaba ya rastro de lo que había sido esa noche infernal. En su vida no había
visto un cielo como éste, tan hermoso que daban ganas de llorar, por lo
espectacular.
Aunque en
las conversas de los viejos ya algunos hablaran de esas raras mañanas de
navidad, donde se fundían los cielos con la lluvia y la tierra se llenaba de
felicidad. En esos tiempos en los cuales del cielo llovía el maná, y en la
tierra había hombres que sabían respetar.
Fue así como Joselillo poco a poco fue dejando
sus temores y su alma comenzó a llenarse de esperanza, no era para menos pues
lo que sus ojos veían lo dejaba sin palabras más que las que su mente podían
repetir a cada instante, Alabado seas tú, Señor, por esto tan maravilloso que
puedo disfrutar.
Sabemos que
Joselillo era hombre poco conocedor de la vida, y sin talento para perfecciones
cuando de finuras se trataba, aun así, estas insuficiencias no deberían preocupar
a los oyentes, pues el tiempo y la experiencia, lo habían formado en paciencia.
Él era capaz
de insistir sin desmayar, aunque su rostro lo acusara, no lo podríamos juzgar
de hombre sin talento para esperar, ya
que tiempo le sobraba pues convencido estaba que la vida aunque corta, muchos
años podía durar. Con paciencia y en la práctica, la sabiduría podía hallar, la
sensibilidad que había en su alma a muchas personas sabia tocar.
No esperando
más de lo que podía dar, y pese a su
escasez, grandes metas pudo alcanzar.
Por razones
aún desconocidas, un hombre puede aspirar mucho más de lo que puede ser o
tener. De en medio de una misma sociedad
salen hombres distintos, unos necios, otros tontos, y otros más pocos con algo
de sabiduría. ¿Por qué razón? No lo sé. Y el tiempo está escaso para andar
buscando explicaciones a lo que no podemos entender.
Por estas
razones cada persona tiene sus propios intereses, Joselillo hombre ingenuo y
torpe de entendimiento, pensaba que todo ser humano era bueno, que todos
buscaban el bien ajeno.
Joselillo,
un campesino atrapado en una región de gentes muy pobres, pero con grandes
riquezas. Como todos allí sabía muy poco de la vida, sus necesidades eran pocas
y su nivel de exigencia mucho menor, ya que la tierra les daba para comer y
algo más. Allí se casaban, tenían hijos y se morían de viejos, y eso era todo
para ellos, no necesitaban más nada ya que no tenían más nada por hacer.
Poco a poco
la ciudad se iba acercando al campo, las ambiciones de los empresarios los
llevaba a expandir sus negocios y esto los hacia ir hasta donde hubiese gente,
para ofrecerles todos esos productos que le dan solución y satisfacción a toda
necesidad.
Rápidamente
fueron llegando los televisores, celulares, computadores y demás aparatos
mágicos que llevan tanta felicidad a sus usuarios. Todas estas maravillas
desataron el caos en la región debido a los costos que ellos implican y a la
calidad de sus enseñanzas, pues ¿Quién controla a los que nos controlan? Y esto sin nombrar la calidad de la señal que
por allá llega.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario