En una región muy apartada de todo y de todos, poco y
nada conocían sobre la civilización. Pero poco a poco la civilización fue
llegando a ellos.
Así como pasaba el tiempo, la civilización se iba
acercando al campo y la modernidad con ella.
Gilimón era un joven campesino sin estudio y sin más
aspiraciones que las de todos en la región donde vivía.
Pasados unos veinte años desde su nacimiento, se comenzaron
a ver caras nuevas por la vereda, ya que las personas de la gran ciudad estaban
comprando parcelas para sus casas campestres, para el descanso y recreo.
A nuestro amigo Gilimón, le comenzó a llamar la
atención las cosas nuevas que veía, y le fue entrando el gusto por ellas, toda
la modernidad que estas gentes traían a sus viviendas.
Comenzó a hacer amistad con los visitantes del fin de
semana, o temporadas de vacaciones, con el deseo de aprender sobre esas
maravillas tecnológicas.
Gilimón, durante la semana se dedicaba a labrar la
tierra y demás actividades del campo, esperando con ansias que al final de la
semana viniera algún visitante a las casas nuevas, para tratar de conocer gente
y con ellos conocer los juguetes que traían.
Y con ese ánimo y expectativa se pasaron varios días,
meses y años, aprendiendo y conociendo, tanto a las personas como a sus
accesorios.
Ya con más confianza y conocimiento de su nuevo
entorno, pidió trabajo en una de las parcelas vecina, para realizar el
mantenimiento y todas las labores que exige una vivienda de recreo y descanso
en el campo.
Así fue como conoció a una de las hijas de los
dueños, de la cual se enamoró perdidamente. Tan perdido estaba que no se daba
cuenta que lo usaban y abusaban de él, hasta el punto que lo maltrataban de
todas las formas, pero según él, era por el amor que le tenían.
Pasados uno años más, Gilimón estaba entusiasmado con
irse a la gran ciudad. Y creyéndose novio de la chica, le pidió al suegro que
lo llevara a trabajar con ellos a la capital.
El patrón, conociendo a su obrero, vio la oportunidad
de tener un buen elemento en uno de sus negocios. Ya que poseía varios locales
comerciales y panaderías en la gran ciudad.
Un buen día se encontró Gilimón en la capital, trabajando
en todo lo que lo pusieran a hacer en una panadería. Asear el local, atender a
los clientes, entregar pedidos, y muchas más labores. Se levantaba temprano y
se acostaba tarde, y todo eso lo aceptaba por amor, porque el patrón lo quería
bastante, decía.
Después de varios años así, pidió en casamiento a su
novia, “le propuso matrimonio a la chica de la que él creía era su novio”. Ya se imaginarán con lo que le salieron, la
respuesta que le dieron fueron muchas más palabras de las que él se esperaba. “Qué
le pasa, quien se cree usted, que se creyó mijito, no sea tan igualado, quien
le dijo que yo era su novia, etc.” Y por ahí paso la cuenta.
En esas condiciones, a nuestro amigo Gilimón le
comenzó a ir como a perro en misa, patadas por allí, regaños por otro lado,
burlas y otros desprecios más, tanto de sus compañeros de labores como de los
patrones.
Así las cosas, y como uno de campesino se da a querer
en todo lado, el guayabo no fue tanto como para echarse a morir. Más rápido que
ligero, le ofrecieron trabajo en otra panadería, con lo que había aprendido ya
estaba apto para nuevos retos. Por ser tan emprendedor y servicial, le iba
mejor que antes. Ahora tenía novia de verdad, y alguien que lo quería, no solo
para que trabajara sino también para salir, conversar y compartir más cositas
juntos.
En las cosas del amor, el que manda es el corazón, no
la persona, por tal razón ellos eran felices, eran tal para cual, el uno para
el otro.
En vista de tanto menesteroso en su entorno, nuestro
querido amigo, repartía pan y otros alimentos de acuerdo a sus posibilidades a
quienes suplicaban un trozo de pan.
Un día algo
opaco y frio, entraron unos tipos mala carosos al negocio a robar, Gilimón estaba
ocupado en sus labores, pero al percatarse de lo que ocurría, cogió un garrote
que mantenía guardado para labores especializadas, como defensa personal y
otras. Salió con todo el sigilo y les dio a cada uno su leñera, como en sus
viejos tiempos cuando se defendía de los perros bravos y demás animales que lo
atacaran en sus andanzas campesinas.
Dichos pillos salieron de allí como alma que lleva el
diablo, más apaliados que político de pueblo en ciudad.
Desde ese día se hizo famoso por todo el barrio, como
defensor de los pobres y de los inseguros, la gente lo respetaba aún más, y le
brindaban su apoyo. Allí nació una nueva
profesión para nuestro respetado amigo.
En vista de la necesidad de protección para los
negocios, se fueron uniendo varios de ellos bajo la dirección de Gilimón, como
el duro del garrote.
Además de sus labores de panadería, ayudar a los
menesterosos, ahora prestaba seguridad con un grupo de engarrotados vigilantes.
Esto lo hizo más famoso en los barrios vecinos y
debido a ello, se fueron uniendo para conformar otros grupos de vigilancia, y
restablecer el orden perdido por tanto descuido de la comunidad.
De ese modo también se hizo de enemigos, debido a que
los ladrones no podían hacer de las suyas, andaban buscándole la caída. Un buen
día y mientras repartía algunos alimentos a los ancianos de “la posada del
abuelo”, lo cogieron entre varios y lo cascaron, pero los mismos abuelos al
darse cuenta, y con sus bastones lo defendieron de tal manera que se armó la de
Troya, llegó en auxilio toda la comunidad. Hasta la policía llego allá, al oír
tanto alboroto. Cogieron a todos los pícaros,
y los echaron al calabozo, pero para defenderlos de la comunidad y así evitar
que los lincharan.
De aquí en adelante toco andar acompañado, nos cuenta
Gilimón. ¿Porque será que ayudar a otros es más jodido que joderlos? Pregunta
con dolor y tristeza.
Nos cuentan que desde ese día y hasta hoy, no se ha
vuelto a encontrar ni un solo malhechor por esos barrios. Ese sector se volvió
más sano que la comida vegetariana.
Una cosa más amigos, nos dice a grito entero, mi
nombre no es Gilimón, sino Filemón.
Moraleja.
Es todas y cada uno de las hectáreas de tierra de mi patria, vive una
raza de gentes luchadoras y capaces de transformar el mundo que lo rodea.
Eso somos nosotros, una humanidad cambiante que no se conforma con lo
que somos ni tenemos para bien o para mal. Somos luchadores y “echáos
pa´lante”.
Si no fuésemos hijos de esta tierra no seríamos lo que somos, pero
somos Colombianos y somos los encargados de continuar con el legado histórico y
cultural que nuestros antepasados dejaron.
Para garantizar el bienestar de la comunidad, no basta con que haya
gente con buenos deseos o buenas intenciones, sino que estamos obligados a
hacer el bien a los demás.
Hoy caminamos sobre
las huellas de nuestros antepasados, pensando con el deseo en un mañana que nos
conduzca por el camino de la libertad.
JoseFerchoZamPer
No hay comentarios.:
Publicar un comentario