Esto del
heroísmo esta tan deshumanizado, se halla tan lejos de los mortales, que le
llamamos superhéroes a un pedazo de trapo o a una figura endiosada por los
cineastas; hecho de material no reciclable con elementos tóxicos y en un país
de dudosa calidad.
El ser humano
no se cree así mismo como un alguien, sino como un algo. Los artefactos tecnológicos
han transformado la vida humana en tal forma que el universo mismo ha sufrido
un colapso; caminamos en medio de la basura.
“Dios está
muerto”, me dijo un amigo un día, con el propósito de sacarme la piedra; pero
solo el suyo, le refuté, con gran ironía.
Esa época
cuando Dios era nuestro héroe, y todos queríamos ser como el, la edad moderna la
ha matado, la especie humana que alcanza la madurez, lo hace sin Dios ni ley.
Las ataduras de
la religión, y los maquiavélicos herederos del poder, han destruido con
poderosos golpes la vida espiritual, la mente humana se llenó de verdades a
medias y dejó al descubierto una negra conciencia, el hombre moderno aprendió de
la ignorancia de los antiguos y evolucionó como un monstruo sin corazón, y con
media cabeza.
Los grandes
científicos se han puesto como tarea hallar el lugar donde habita Dios, para
dejarlo al descubierto; creyendo que con sus grandes telescopios pueden
observar el universo y descubrir la morada del Señor, solo con el propósito de sentirse
dioses.
Las iglesias se
han convertido en una organización económico-política, que libran una
competencia feroz y sin tregua por la supremacía y los recursos materiales. Sus
ideales no son ya los invisibles de la biblia, sino los visibles de la tierra.
Somos ahora una
sociedad progresista: la moral, el respeto, el bien ajeno y todo lo útil para
servir y enseñar están en plena decadencia.
La expresión individual
y propia ya no cuenta, es necesario juntarse con unos cuantos guaches y
atarbanes, para poder hacerse escuchar de los mandamases. El hombre no sabe hacia
dónde va, tampoco tiene quien lo guie ni lo motive.
Para la mayoría
de los mortales las palabras de Dios son meras mentiras, hoy no existe ningún
significado de Dios para el mundo; la comunicación entre Dios y el hombre ha sido
cortada, donde antes había luz, hoy hay oscuridad.
La proeza del héroe
hoy, es llevar luz a las tinieblas interiores del ser humano, para que logre
ver a los hombres como seres espirituales con cuerpo y alma.
Para el estado,
los héroes son sus muertos, aquellos que un día defendieron sus causas perdidas
con una bandera como tótem. Sus rituales en la plaza de armas, solo son
parodias, para distraer a sus víctimas y así poder cuidar sus propios intereses.
Los patriotas son
los ídolos oficiales, son los guardianes de la ley y el orden, mientras ellos toman
guiski en sus oficinas y hacen los más torcidos chanchullos para enriquecerse
arruinando así al pueblo.
Las grandes
religiones tampoco satisfacen las necesidades del alma, escasamente algunos
vientres ávidos de las migajas que caen de la meza de los amos. Solo son instrumentos
de propaganda y de alabanza propia.
La pantomima
religiosa solo es un ejercicio santurrón de la mañana del domingo, mientras que
la ambición de dinero y la amistad con el mundo los acompaña el resto de la
semana.
Esa santidad
hipócrita es la que rige al mundo, donde los grandes pastores de las iglesias
solo cuidan sus propios intereses, dejando abandonados a los cientos de pobres
y desnudos feligreses que deambulan de iglesia en iglesia en busca de una ayuda
para poder pasar el día.
La conciencia
ya no es un problema para ellos, ella los deja dormir en las noches. El
problema es que el mundo se ha convertido en un campo de batalla por donde el
alma debe pasar sin dejarse tocar por ninguno de los bandos, ni el político, ni
el religioso.
Por lo que es necesario
que los hombres comprendamos que “La verdad es una sola, Dios” las demás soluciones son una amenaza. Para volver
a ser humanos es necesario reconocer a Dios como la única verdad del hombre,
como su único héroe.
Tenemos que aniquilar
el ego humano y darle un nuevo nacimiento al espíritu, volver a mirar al cielo para
no destruir la tierra. El hombre debe reconciliarse consigo mismo, con el
hermano y con la sociedad.
Renunciar al lastre
del orgullo, del temor, de la avaricia y de la vida sin sentido, como si el día
hubiese llegado.
Cargo mi propia
cruz y sigo al Señor Jesucristo, tanto en los momentos de victoria, como en los
silencios de mi propia desesperación.
JoseFercho ZamPer
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