Hombre solo, fuerza bruta.


Leyendo el periódico, miraba los avisos en busca de empleo.

Pata ti no hay nada, se dijo.

Andaba tan distraído en su negativismo que confunde la traza de café con el cenicero.

Mas berraco aun, se echa madres así mismo.

 Al final de su tercer café y su segundo chicote, encuentra entre propagandas un aviso que decía. “Se solicita hombre para ocupar un excelente cargo en empresa estatal, buen sueldo y más” …

Le volvió el alma al cuerpo, “Este es el mío” pensó alegremente.

Requisitos: “hombre joven con alientos de trabajar y con ganas de vivir” …

Al instante su alegría se fue al fondo del abismo.  

Para qué sigo leyendo, si no cumplo ninguno de estos requisitos, se dijo por dentro.

Los otros requisitos eran: que hable inglés, buenos conocimientos de informática, habilidades para hablar en público, preferiblemente que sea profesional en estas áreas.

 Se rasco la cabeza, se echó el último trago de café ya frio, apagó lo que le quedaba del último chichote o tabaco en el cuncho del café que quedaba en el pocillo, aun sin diferenciarlo del cenicero.

 Salió de la cafetería donde estaba escondido del frio de la mañana, y se dispuso a ir a recorrer algunas calles mientras pensaba que haría en ese día para comer.

¿Será que en este mundo cruel hay algún otro tan jodido como yo? Pensaba.

¿En mi condición? Espero que no.   

Tratando de olvidar su situación mientras camina por las calles mugrientas de su barrio, al doblar una esquina se chocó con una vecina.

Vaya suerte la mía, se dijo muy en silencio, mientras se disculpaba con la señora.

¡Qué pena vecina, fue mi culpa, ando tan despabilado que ni me di cuenta de su presencia ¡

Tranquilo vecino, le respondió ella. No hay problema, ni más que fuera.

Necesitaba ese abrazo. Ya hace un buen rato que nadie me echaba mano, hasta me gustó, ¿podríamos volverlo a hacer?

El hombre andaba tan elevado que ni se percató de la propuesta.

 Se paró a esperar el autobús, enciende un cigarro, se repite en silencio; sé que puedo lograrlo… voy a lograrlo… Tienes que prepararte.

 Con la mano en el bolsillo, busca las monedas para el tiquete, aprieta las monedas tratando de identificarlas al tacto antes de pensar en sacarlas para verlas.

 Ese maldito bus nada que llega, se dice.

Pero en realidad para que lo necesito, si ya estoy harto de aferrarme a sus barrotes de fierro mal oliente, por todo el sudor de tanta gente. Además de viajar más apretujados que un camión con semovientes.

 Este bendito día es idéntico a los demás, ya no sé qué más hacer para volver a ser como lo fui ayer cuando todo estaba bien y no me faltaba nada.

 Siete mil pasos debo caminar cada día, o algo más, es por mi salud me dijo el galeno.

Y yo pensando en subir a un bus, como si tuviese necesidad de ello.

 No te puedes imaginar lo difícil que es pasársela en la calle en busca de trabajo, sin saber hacer más nada que, leer el periódico, fumar cigarros y sacarle el cuerpo a la responsabilidad.

 Al levantar la mirada se ilumina con su rostro, coronada de hermosos risos que se mueven caprichosos.

 Con un levísimo toque de sus dedos, al pasarse por mi lado, me miras con agrado, me saludas en francés.

 Trato inútilmente de retener su imagen en mi mente, esperando alimentarme de esa hermosa tez.

Cierro los ojos y no puedo ver, me encandilan sus pestañas y esa coqueta mirada al cruzarse por la calle por donde yo anduve ayer.

 Busco en vano ver su luz, recorriendo esas viejas calles, una y otra vez.

 Luego de muchos años desde aquel furtivo encuentro, el olor de su perfume aun me sigue por doquier, más esa luz de su rostro ilumina mis entornos como si hubiese sido ayer. Y, qué más diré cuando creo recordar esa suave y hermosa voz de mujer.

Un bello día cualquiera, ya después de despertarme de esa ilusión o ensueño, me sorprendí observando la mano de mi mujer, recostada sobre la cama, entonces me di cuenta de que era ella misma, la que un día en el pasado me elevaba sobre el suelo, cuando la conocí de muchacho en aquel bello café.

 Se trataba de los recuerdos, de mis memorias inconclusas que en mi vida se habían perdido entre papeles y el bullicio de un mundo atormentado por las necesidades propias y ajenas sin apenas resolver.

 Al mirar hacia atrás, los recuerdos nos ciegan, por el brillo o por la oscuridad de las acciones cuando vuelven a buscarnos esperando que nuestros ojos, sean abiertos otra vez, de manera que el brillo de la pupila rompa esa oscuridad fallida, antes de haber perdido la alegría y la fe.

 Entonces, solo entonces, se quedarán con usted.  

 JoseFercho ZamPer.

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