Leyendo el periódico, miraba los avisos en busca de empleo.
Pata ti no hay nada, se dijo.
Andaba tan distraído en su negativismo que confunde la traza de café con el cenicero.
Mas berraco aun, se echa madres
así mismo.
Le volvió el alma al cuerpo, “Este
es el mío” pensó alegremente.
Requisitos: “hombre joven con
alientos de trabajar y con ganas de vivir” …
Al instante su alegría se fue
al fondo del abismo.
Para qué sigo leyendo, si no
cumplo ninguno de estos requisitos, se dijo por dentro.
Los otros requisitos eran: que
hable inglés, buenos conocimientos de informática, habilidades para hablar en público,
preferiblemente que sea profesional en estas áreas.
¿Será que en este mundo cruel
hay algún otro tan jodido como yo? Pensaba.
¿En mi condición? Espero que no.
Tratando de olvidar su situación
mientras camina por las calles mugrientas de su barrio, al doblar una esquina
se chocó con una vecina.
Vaya suerte la mía, se dijo muy
en silencio, mientras se disculpaba con la señora.
¡Qué pena vecina, fue mi culpa,
ando tan despabilado que ni me di cuenta de su presencia ¡
Tranquilo vecino, le respondió
ella. No hay problema, ni más que fuera.
Necesitaba ese abrazo. Ya hace
un buen rato que nadie me echaba mano, hasta me gustó, ¿podríamos volverlo a
hacer?
El hombre andaba tan elevado que
ni se percató de la propuesta.
Con la mano en el bolsillo, busca las monedas para el tiquete, aprieta las monedas tratando de identificarlas al tacto antes de pensar en sacarlas para verlas.
Pero en realidad para que lo
necesito, si ya estoy harto de aferrarme a sus barrotes de fierro mal oliente, por
todo el sudor de tanta gente. Además de viajar más apretujados que un camión con
semovientes.
Siete mil pasos debo caminar cada día, o algo más, es por mi salud me dijo el galeno.
Y yo pensando en subir a un
bus, como si tuviese necesidad de ello.
Con un levísimo toque de sus dedos, al pasarse por mi lado, me miras con agrado, me saludas en francés.
Cierro los ojos y no puedo ver,
me encandilan sus pestañas y esa coqueta mirada al cruzarse por la calle por
donde yo anduve ayer.
Luego de muchos años desde aquel furtivo encuentro, el olor de su perfume aun me sigue por doquier, más esa luz de su rostro ilumina mis entornos como si hubiese sido ayer. Y, qué más diré cuando creo recordar esa suave y hermosa voz de mujer.
Un bello día cualquiera, ya después
de despertarme de esa ilusión o ensueño, me sorprendí observando la mano de mi
mujer, recostada sobre la cama, entonces me di cuenta de que era ella misma, la
que un día en el pasado me elevaba sobre el suelo, cuando la conocí de muchacho
en aquel bello café.
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