Ahora entiendo que lo
que está matando a la gente es la falta de amor.
Los médicos pidieron a la EPS
autorización para realizar un mejor tratamiento con carácter urgente, pero esa autorización llegó meses después de que mi esposa
falleciera.
Esta es una historia de amor, que, como
todas las historias de amor, tienen mucho que decir, pero poco que dar.
A principios de 1984 viajé a Bogotá en
busca de oportunidades para un mejor vivir. En ese entonces vivía en un pueblo
de Santander, donde realmente no había mucho por hacer, y sin billetes en los
bolsillos el amor era muy escaso. En los pueblos, todo mundo se conoce, y por
eso ninguna para bolas, a menos que el conquistador tenga “goodwill”, o
pedigrí, como lo dicen otros.
Ya en la capital, con algo de trabajo y
unos pesos en el bolsillo, uno se puede mover un poco mejor; y como por allí se
es un completo desconocido, un don nadie (pero los demás no lo saben, y esa es
una ventaja), no me fue tan difícil levantar novia.
Después de un año, ese noviazgo se
complicó; se convirtió en matrimonio. Estaba enamorado, y también estaba solo
en medio de tantísima gente. Para fortuna de los dos, la cosa fue mejorando
cada día; andábamos de la mano paratodos lados; picos por aquí, y picos por
allá. A familiares y amigos de ella esto los aburría: en la ciudad como que no
era bien visto.
En fin, todo iba tan bien, que al cabo
de diez años llegaron tres hijos y una casa; y todo por amor. Pero ya en este
punto de la vida, tocaba trabajar duro y cuidar los pelaos de la maldición de
la ciudad, “la calle”, donde están todos los males de la ciudad, y después de
la calle, “la televisión”.
Todo esto nos complicó la vida y la
relación de pareja; comenzamos a ser una pareja “normal” por diez años más. La
crianza de los hijos, su adolescencia, el estudio y todos los gastos que esto
representa estresan de manera sin igual; tanto, que se acaba el amor de pareja,
o al menos se esconde en medio de tanto quehacer diario, y no hay forma de disfrutar
de sus mieles.
Ya los hijos crecidos y en la
universidad, tratamos de mirarnos un poco más otra vez, pero claro, ya no
estamos tan buenos mozos, ni con los mismos alientos; entonces es cuando nos
damos cuenta, en verdad, de que si no hay amor estamos jodidos, porque el amor
se acaba de no usarlo.
A los treinta años de casados
comenzaron a brotar algunos males en mi esposa; su cuerpo estaba cansado de la
dura carga y del estrés del trabajar, trabajar y trabajar. Y comenzó a minarse
su salud con la “malparida” semilla del cáncer. Y como las EPS son del demonio,
lo más que hicieron fue acabar de matarla. Durante año y medio anduvimos para
allá y para acá, tras de médicos y consultas, quimioterapias y torturas, hasta
que su cuerpo se redujo a su más mínima expresión; solo quedaban los huesos.
En
el transcurso de ese tiempo, supe lo que era amar a alguien, sin esperar nada a
cambio, aunque deseándolo todo. Ya que ella no tenía nada que ofrecer, los
dolores no le dejaban alientos para otras cosas más que sufrir.
Por su estado, y por el dolor que me
producía verla sufrir, pude entender que tratándose de amores todos somos expertos
en esta vida, sobre todo en amores pasajeros o de ocasión.
El ser humano tiene miles de amores, que
lo invaden todo, como un cáncer, como una enfermedad dañina. Todos sabemos de
amores, desde las aldeas más pequeñas hasta las más grandes ciudades en el
mundo; no hay rincón alguno del mundo, grande o pequeño, que no sepa de amores:
amor por la tierra, por las riquezas, la fama, el trabajo, por el sexo… Amores
y más amores. Es una lista gigantesca. Pero, en verdad, “no sabemos amar“.
Más que tener que convivir con la
pareja, es enfrentar todo juntos, desde el despertar hasta el anochecer, no
solamente desde el acostarse hasta el levantarse de la cama. Todos tenemos
derecho a ser amados, pero también tenemos el deber de amar. Por más poemas,
canciones o novelas que hayamos escrito o tarareado durante nuestra vida
amorosa, lo mejor que hemos podido crear son una cantidad de mitos y leyendas
sobre el amor, porque ni los mismos “científicos del amor” han podido obtener,
ni entender, en que se basa esa pasión o atracción a la que llamamos amor. La
mayoría de nosotros conoce lo que es la pasión o el apasionarnos por alguien o
por algo; pero, amar a alguien, eso es otro cuento.
Desde el principio, todo fue creado por
amor, que existía antes que todo, y existirá para siempre. Es la motivación más
grande, y para hacer algo hermoso, valioso, precioso, único e inigualable, debe
haber amor; de lo contrario, ese algo no tendrá valor. La decisión de no vivir
solos, de tener una compañía que nos cautive, que nos inspire, una ayuda
idónea, un complemento, únicamente se basa en el amor.
Desde los principios del ser humano, lo
que nos une y nos mantiene en una relación estrecha con el otro es el amor. El
propósito de vivir en pareja es mantener una relación cercana, sana, armoniosa,
justa, feliz y abundante, con esa pareja y con los hijos, y con los demás; pero
esto solo se alcanza cuando hay amor.
El amor es la fuerza más poderosa
existente en el universo entero, en él, y solo en él, podemos encontrar nuestro
destino y nuestra libertad. Por más que busquemos en todas las cosas valiosas
de este mundo: en el dinero, la fama, el poder, los títulos…, jamás lograremos
una satisfacción más grande que la que nos brinda el sentirnos amados.
Los verdaderos héroes de la humanidad
son quienes por amor han luchado con todas sus fuerzas, contra todos los
obstáculos. Cuántos sueñan con el amor y con lo lindo que sería ser amados, pero
no se tiene idea de cómo amar a quien se tiene al lado; así que tantas
expectativas sobre el amor son solo cuenticos de princesas, con su príncipe
azul, pero en la vida real vivimos decepcionados con la pareja, como si alguien
nos hubiese obligado a escogerla.
Sí puede ser el amor un cuento de
hadas, pero ese que uno mismo puede ir creando y contando, donde somos los
protagonistas, porque solo el amor nos hace sentir, vivos y activos; libres,
pero esclavos.
Para muchos en este mundo el amor es la
peor pesadilla, pues se sienten presos en los brazos de la pareja, por el
machismo, la desigualdad, el deseo y la lujuria, y hasta por el control que
ejercen los grandes medios, que se sienten dueños y señores del amor (como si
eso fuera posible), pero llegan estos a controlar nuestros cuerpos, nuestro
erotismo; a decirnos qué y cómo debemos amar. Y han convertido al amor en un
gran negocio, en la idea de que el amor o la felicidad consisten en tener sexo,
y que se llega a ser feliz consumiendo todo lo que nos ofrecen para el sexo.
Estos comerciantes han convertido el amor en un producto de oferta y demanda,
en un producto desechable, como si la pareja perfecta, el complemento ideal se
vendiera en frascos y bajo pedido.
Pero lo peor, viejo, lo peor, es que
para muchos en este mundo de mentiras y engaños están plenamente convencidos de
que el amor y la pareja son asuntos racionales, reacciones animales; solo satisfacciones
carnales; o, como muchos dicen, “un mal necesario, con efectos colaterales”.
¡Qué horror, caray!
Puede que el amor en este mundo sea un
experimento humano; algo sumamente complejo, que hace casi imposible lograr un
buen resultado para todos, pero lo cierto es que el amor jamás ha sido, ni
será, una cuestión de fenómenos fisicoquímicos, ni hormonales; mucho menos
culturales o sociales. Porque el amor no es cosa de hombres; es algo divino,
algo que sobrepasa la naturaleza humana, que viene impreso en el corazón de la
raza viviente, tanto racional como irracional.
Cuando al amor se le dan tintes de
moral, de normas, de tabúes, de costumbres o creencias, se convierte en algo
meramente racional, lo que desdibuja lo divino del amor y lo convierte en una
cuestión de hombres, así como sucede con la relación “Dios versus religión”.
Muchos hombres y mujeres se encuentran
atados a sus familias por experiencias dolorosas, que suponen una carga
abrumadora para la relación de pareja. En ese espacio, el de la pareja, es
donde se encuentran experiencias de amor y dolor, dar y recibir, infidelidad y
fidelidad.
El
amor en la pareja se logra a través del perdón y la comprensión del otro, pues
el hombre y la mujer se necesitan mutuamente; solo lo imperfecto podríamos
tratar de perfeccionar.
Cada uno toma lo que le hace falta del
otro, y, por ende, cada uno da de lo que tiene, y se espera que eso que damos
sea lo que el otro necesita. Por lo que es supremamente necesario que cada uno
busque mejorar su forma de ser, con la ayuda del otro. Pero definitivamente
algo que destruye la pareja es el hecho de que el hombre no tenga el rol de hombre
y la mujer, el de mujer; que nunca se cambien los papeles, para que no se
destruya la pareja, porque un cuerpo con dos cabezas es un monstruo. Todo esto
tiene efectos profundos en el alma, como algo indisoluble.
Si nos fijáramos más en lo de dentro
del ser, en el corazón, y menos en la apariencia o en lo externo, lograríamos
ver lo maravilloso del otro. No hay que buscar a la persona perfecta, porque no
existe; hay que amarlas como son, porque ellas son realmente únicas. Busquemos
perfeccionarnos como pareja, por encima de lo material, y hallaremos el verdadero
valor de ser pareja, el amor.
Ahora me encuentro solo, en el campo,
con las cenizas de mi amada esposa, y sin saber qué hacer con ellas, si abonar
un arbolito o tenerlas de compañía.
Durante el tiempo feliz que compartimos
supe amar a mi esposa con mis fuerzas y mis deseos; pero fue en medio de las
dificultades que aprendí a amar de verdad, no solo a ella, sino a mis hijos y
al resto de familia. En esos tiempos es donde en verdad podemos saber quién nos
ama.
De cuando en cuando solía regalarme una
de esas encantadoras miradas mientras permanecía sentado a su lado, hasta ese
día, hace apenas unos meses, cuando me dijo por última vez: “Estoy bien, mi
amor; no te preocupes, yo estoy bien”. Y con una leve y bella sonrisa, y con
todo el amor que habíamos cultivado y cuidado con tanto esmero durante todos
estos años, fue soltando suavemente mi mano, y se despidió para siempre.
Por eso
hoy, concluyo que “todos sabemos querer, pero pocos sabemos Amar”.
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