“No querrás despertar el asesino que hay en ti, no sea que te
mate.”
Yo
era un hombre normal, como todos los demás hombres de este mundo, esposo,
padre, como todos los demás.
Era
un empleado normal, como todos los empleados, con ganas de ganar más cada día,
con deseos de ascender, y por ello me esforzaba. Salía con los amigos los fines
de semana, a tomarnos unos guaros, como todos los demás.
De
mi esposa, que podría decir: éramos padres de un hermoso varón, unos doce años
tenía, ella era hermosa, casera y hacendosa. Administraba y trabajaba en un
almacén de nuestra propiedad, elementos deportivos de toda índole se vendían
allí.
Yo
laboraba en una entidad del estado, estaba bien, ganaba bien, vivía bien.
Eran
tiempos difíciles en las calles, el desempleo era demasiado alto, la inflación
y la inseguridad reinaban por doquier. Mas sin embargo todo esto no nos
afectaba directamente, razón por la cual no eran temas de mí hablar cotidiano,
solo cuando de criticar al gobierno se trataba.
En
las tardes, mi esposa llevaba nuestro hijo al almacén, para estar con él, y
hacer tareas, como todas las madres responsables.
Todo
era normal, hasta aquel día en que todo dejó de serlo.
Al
atardecer de un frío y opaco día, justo al momento de cerrar el almacén, llegó
un par de hombres, disque a comprar varios artículos deportivos, para un evento
al día siguiente, fue la excusa para que los atendieran. Y por la gana de
vender, los atendió, dice mi esposa. Resultó que no eran clientes, solo
ladrones.
Los
intimidaron con armas de fuego, a ella y a su único empleado, un joven que
estudiaba en las noches, y ayudaba de día en el almacén, para así poder
ayudarse y ayudar a su familia.
Los
amarraron y los dejaron en el piso, para que nadie los viera, saquearon todo lo
que pudieron, dinero y elementos de los más costosos, hasta aquí, era un atraco
normal como todos los demás atracos que suceden en la ciudad.
Dejó
de ser normal en el mismo instante cuando el niño se soltó y corrió gritando
hasta la puerta, ya que los asesinos se asustaron y le dispararon, dejándolo frio
en el piso.
Los
asesinos huyeron con todo lo de valor del almacén, la policía me llamó y al
instante llegue al lugar. A partir de ese instante, todo dejó de ser normal
para mí, de allí en adelante nada sería igual. La presencia de la muerte vista
tan de cerca, destrozó toda perspectiva de vida en mí.
Según
los vecinos, nadie vio, ni oyó nada. En aquella época no se usaban las cámaras
de vigilancia, casi ni existían, razón por la cual no hubo testigos excepto mi
esposa y el joven ayudante, pero como quedaron en shock, su testimonio no era
congruente, por ende poco útil.
Como
podrán entender, para un padre lo más difícil en la vida es que le arrebaten a
sus hijos, y más cuando son creaturas indefensas.
Mi
esposa quedó en shock por varios meses, fue necesario internarla en una clínica
de reposo. Yo me enfermé de ira e intenso dolor contra los asesinos, y contra
la policía por no hallar a los culpables, me volví enemigo de todo aquel que
tuviera cara de ladrón.
Luego
de un mes sin ir a trabajar, pedí la baja, primero hablé con los pocos amigos
que me podrían ayudar, para obtener algún tipo de compensación, esto por el
hecho de que los pocos ahorros que poseíamos era lo que se tenía en el almacén,
y se lo habían robado casi todo.
Luego
de seis meses de ires y venires, buscando justicia, nada hallé. Mi esposa
estaba con sus padres, después de salir de la clínica, pues a mí no me quedaban
ganas ni de cuidarme a mí mismo.
De
alguna manera, siempre buscamos culpar a los demás de nuestras desgracias, ese
era mi caso, con respecto de mi esposa. La vida de pareja se había disuelto,
por falta de cordura.
Durante
esos meses me fui contactando con policías, abogados, investigadores,
detectives y hasta con forajidos informantes, buscando ayudar en la
investigación, con resultados poco esperanzadores.
Estaba
convencido de mis chifladuras, pero en vez de asustar causaba risa. Se me vino
una avalancha de tristezas, todo quedó tan oscuro en mí ser, como a medianoche.
La
soledad de los muchos es peor que la soledad de uno solo.
Navegaba
en un mar de lágrimas y dolores, las esperanzas se estaban esfumando de entre
mis manos, los investigadores decían no tener caso, cada día que pasaba nos iba
dejando sin nada. Entonces me tomé un largo tiempo para meditar en lo que
debería hacer para hallar respuestas a mis preguntas, y también a los
culpables.
Mi
lenguaje se volvió tan confuso como desordenado, abundaba en absurdos.
JoseFercho ZamPer.
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