Yo creo que no existe
ningún estándar al momento de criticar una obra literaria, en el caso de que sí
la haya, ¿díganme, cuándo y dónde aplicarla, o cuándo no?
Un escritor, cuando
escribe algo, no lo hace pensando en un tipo de lector, sino que ni siquiera
piensa en quien va a leer su obra.
En mi caso, escribo
como reacción a mí imaginación, sin dirigirme a alguien en especial, por lo
cual, uso un vocabulario natural, conforme a lo imaginado, si mi mente me está
hablando de religión, escribo palabras conforma a mi religión, si es de
aviones, el lenguaje será aeronáutico, y así en cada caso.
No creo que
exista un lector ideal para cada tema, pues todos leemos de todo un poco;
aunque tengamos algunas preferencias de lectura. Pienso que si escribimos
dirigiéndonos a persona alguna, dejaríamos a muchos sin deseos de leernos, o
sin capacidad para entendernos.
Muchos hablan
de segmento de mercado al que apuntar, esos tales, se llaman profesionales.
Al correr de
los años y a través de las experiencias vividas, he empezado a sospechar que no
existen tales mercados ni lectores, ni tal profesionalismo. Un escritor escribe
lo que le place, no para vender, sino para apaciguar sus propios demonios, o
también, para enseñar algo a quien lo esté necesitando.
La vida es lo
menos profesional que podemos imaginar, uno se aísla por meses, para tratar de
parir algún escrito, con el mero deseo de verlo nacer, y tratar de verlo
crecer; mas, solo cuando está crecido, lo presentamos al mundo, ya por
obligación, y por falta de alimentación.
Precisamente, la
raíz de la inspiración, está en el corazón, en donde batallan las más hermosas
ideas, con las peores situaciones de la vida, la realidad. Allí conviven o han de convivir, lo mío, con
las grandes normas y leyes, los modelos y los métodos a seguir.
Evidentemente, todos
tenemos situaciones particulares, lo que genera un auténtico problema para los
profesionales, para los estudiosos de las diferentes versiones de originalidad
humana. Pero en todo caso, podríamos decir que si comparamos las distintas
formas de escritura, siempre hallamos diferencias.
Casi siempre
empobrecemos las obras, geniales o no; con la crítica. Ya que reducimos el análisis
de las obras, a cuestiones meramente lexicográficas, a esto le llamamos «crítica»,
estamos empobreciendo, tanto a los lectores, como a los escritores, ya que le
quitamos la oportunidad al lector, de leer sin encasillarlo bajo la mirada de
otro distinto al escritor.
Muchas veces se
emplea una palabra para amenizar, o como aderezo del texto, porque combina con en
ese momento; y luego la crítica lo condimenta con otros aliños que no acompañan
esa comida, dejándolo insípido o rechinante.
Esto suele suceder
con tanto genio criticón que hay en los grandes medios, principalmente cuando
desconocen al autor, o cuando no hay incentivos para hablar bien del texto.
Bueno sería
analizar los textos como tal, sin cuestionamientos de fondo, dejándole al autor
las manos libres para usar tanto los colores, como los sabores en su plato,
pues es él, quien ha preparado su propio banquete. El lector debe identificarse
de alguna manera con el autor, para tratar de entenderlo.
La variedad
literaria de la lengua española es abundante, es decir, yo puedo expresar algo de distintas maneras y
con distintas palabras, de acuerdo a la región donde vivo. O sea, creo que
siempre se corre el riesgo de que no nos entiendan en otras regiones del mundo
aun hablando la misma lengua, aquello que estamos tratando de decir, por la
variedad del léxico, tanto nativo como general, varía según el lugar.
No perdamos
nuestra identidad, que con toda seguridad, en este mundo, cada uno habla su
propio idioma.
Si limpiamos
nuestra conciencia, podemos pagar un mejor precio por el trabajo de otros.
JoseFercho
ZamPer
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