Un sábado cualquiera de cualquier día de mi vida, al bajar de
la montaña donde vivía, un par de perros ladraban sin cesar, al querer bajar al
pueblo aquella tarde me topé de frente con la muerte; sin anestesia pasé mi
agonía, ¡qué ironía! Yo que decía que los demonios o espíritus no existían.
Llegué al filo del emblemático abismo a donde muchos subían a
divisar el paisaje o a tirar al viento sus penas y sus quejas, como un ritual
de purificación para sus almas desvalidas; más al parecer, no solo eso lanzaban
al vacío, según lo que comprendí aquel día.
Dicen por ahí que andamos custodiados por ángeles, que fungen
como guardianes de nuestros caminos, para librarnos de las “armas de
destrucción del enemigo”; y así es.
Vi una joven figura quien se dirigió desde donde se encontraba
hacia el abismo, porque delante de ella iba su gato, el cual era idéntico al de
mi casa. Como la tarde estaba bastante oscura, por poco sigo derecho a lo
profundo, son aquellos caminos que dan miedo, cuando lo sorprende a uno la
noche por sus senderos.
Corriendo la tome de un brazo antes del suceso, mientras ella
sostenía el gato con su otro brazo, Luego me habló de forma extraña.
Todo empezó cuando se me dio por salir a buscar al animal, me
dijo, pero solo halle su espíritu. Pero, “los gatos no tienen espíritu” le
respondí.
Eso cree usted, pero estas equivocado, me dijo. Estando en
casa de mis padres, salí a buscar mi gato y no lo encontré, entonces fui a
buscarlo a unos árboles que estaban un tanto lejos de casa, me subí al árbol y
de repente, me caí.
En medio de la conversación se hizo un silencio escalofriante,
y dijo: y aparecí aquí, sólo recuerdo eso, no recuerdo más nada; ni quién soy, ni
como me llamo, ni de dónde vengo, sólo aparecí aquí, pero me siento bien acá.
Esto mundo es horrendo, la sociedad está enferma, puedes
conseguir cocaína, sexo, videojuegos, lo que sea, pero no, un verdadero amigo;
y es muy poco probable que vaya a cambiar, dijo ella un tanto enojada.
Mi cerebro se aceleró al máximo, las sensaciones eran
extremas, una cantidad de ideas y pensamientos se procesaban en él, mi memoria
me llevaba a tiempos remotos, las imágenes del pasado, del presente y hasta del
futuro me acechaban como luciérnagas fulgurantes en rededor mío. Era todo un exceso
de conexiones atemporales en mí.
Me recargaba y me reiniciaba por cortos períodos de tiempo,
era como una pc vieja y descalibrada, la cual se reinicia cada que se enciende
y se apaga al mismo tiempo.
No podía comunicarme de ninguna forma en ese momento, trataba
de hablar o moverme, pero nada, ningún reflejo funcionaba, todas las cosas estaban
fuera de mi; pero mi cerebro operaba como una locomotora descontrolada pero
recién reparada.
Es muy paradójico, teniendo dicha experiencia que siempre quise,
la cual debería ser genial, pero, me bloquee, era tanto el placer que sentía
por la experiencia que me retorcía del dolor, son aquellas experiencias que nos
produce felicidad, pero también nos quita la risa.
Lo mismo que la montaña rusa, nos sube a lo más alto, pero nos
manda a lo profundo con más velocidad y rapidez de lo que nos elevó.
Cuando desperté en la mañana, no era consciente de lo que
pasó, ¿fue un sueño? tal vez, pero no estaba seguro. Hice oración y meditación
sobre lo sucedido y por mis sentimientos, que estaban revueltos, luego tomé un
poco de agua, un tinto y salí a caminar y a analizar. Hice toda una
autoexploración de mi propio ser y de mis ideas, para estar solo con mis
pensamientos, como una forma de renovar mi mente sin morir.
Ya pasaron 30 días, y mis neuronas no hallan el verdadero equilibrio.
Por no ser consciente de mis momentos presentes; mis sensaciones,
mis sentimientos, lo que pasa por mi mente y mi cuerpo, y todo lo que significa
la parte más espiritual de mí, he perdido el sentido de mí mismo.
Necesito experimentar mis palabras, mis pensamientos, mi atención.
Es muy distinto hablar del sabor de algo, a realmente probarlo. Estamos "atrapados"
en nuestra cabeza.
Cuanto más intentaba luchar con mis pensamientos y
sentimientos, más me atrapaban, me dominaban, Irónicamente, al dejar de
enfrentarlos, y solo mirarlos de lejos, dejaron de paralizarme.
Mis padres al enterarse, después de 15 minutos paralizados, se
metieron por un canal angosto rodeado de juncos y árboles larguiruchos que bajaba
hasta la orilla del río, con tal de no pasar por el camino.
Hice mis averiguaciones hasta hallar una finca con algo parecido
a los datos escuchados en dicha experiencia, la esposa del hombre me mostró una
loma, que era mucho más grande de lo que yo la veía.
La cima estaba cubierta de hierba, allí había una casita donde
vivía una pareja de ancianos, los senderos para caminar conducían hacia la
jungla circundante, que resonaba con el canto de los pájaros, hasta la Cueva
del Jaguar. En donde encontraron artefactos, como urnas y figurillas de trapo,
y un esqueleto adulto.
La deforestación, la caza furtiva, la ganadería y la
agricultura comercial han destruido gran parte de la región, me contaron los
abuelos. Además de la triste historia sobre la muerte de su hija hace ya muchos
años; la cual sucedió en el abismo aquel por donde pase aquel dichoso día rumbo
al pueblo.
Hoy día, los lugareños y los viajeros tienden a quedarse alguna
noche por esos lugares, con la intención de tener algún tipo de experiencia extrasensorial,
dice la gente; pues la región ha cautivado a los forasteros durante mucho
tiempo. También se enfrentan a fenómenos extremos durante la noche, que a veces
nos hacen temblar.
Dedicamos demasiado tiempo para capacitarnos para todo en la
vida, menos para vivirla.
¿Qué hace la diferencia; la formación, la apariencia, la familia,
las riquezas o el poder?
Cuando establecemos amistad con aquellos que expanden su
mente, descubrimos la belleza, no hay aburrimiento, a menudo el lenguaje utilizado
habla más o menos de lo que deseamos decir. Por eso, somos prisioneros de las
palabras con las que fuimos formados.
En realidad, para evitar estar solos, nos hacemos acompañar
hasta de la soledad. Para eliminar el temor y la duda que nos acompañan, necesitamos
pasar tiempo con ellas a solas.
Me di cuenta de que, solo nos percatamos de nuestras crisis
cuando ellas nos ahorcan. Tomamos distancia de la vida, no sabemos apreciar su
belleza, su fragilidad, no alimentamos su espíritu. Nos olvidamos de nosotros mismos,
de lo que sentimos y pensamos, de disfrutar lo sencillo, de mirar al otro a los
ojos.
Hay que aprender a valorarnos, a darnos, a encontrarnos con
nuestra esencia, que, aunque imperfecta, está a la espera de nosotros, al igual
que nuestros seres amados.
En los últimos días he hablado con todo tipo de fantasmas.
Después de tantas averiguaciones, me enteré de que aquel día,
yo iba borracho para la casa, y a oscuras; y que en realidad aquella criatura
me había salvado de irme de cabeza al abismo, pues al verla pasar hacia el vacío,
del miedo se me espantó la rasca y me enruté por el camino hacia la casa.
Pero ¿Quién me lo dijo? Pues, ella misma al otro día.
JoseFercho ZamPer.
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