El diablo está suelto.

 


 Como león aburrido en su jaula bostezaba el diablo en semana santa.

 Caminando al atardecer por el sendero que nos lleva a la ermita en los inicios de semana santa, de repente un ventarrón me atropellaba con ganas de asustarme; era el mismísimo viruñas, el ñangaras, el sata, o lucí, como le dicen algunos con más confianza.

 ¿Sí has observado todas las protestas aquí en Colombia? Me dijo el diablo.

 Sí, claro que sí, y bien arrechas que están. Don chorro de humo. Le contesté.

 En la tierra como en el infierno, tienen gran afición a este tipo de protestas, solo les faltaban las de Semana Santa. Me respondió un tanto contento.

 Y siguió hablándome un poco de carreta, pero me hice el pingo sin pararle bolas.

 Un tanto arrecho el pisco ese, captó la idea de que a mí no me interesaba su conversa. Entonces se calló de repente y prefirió las obras a las palabras, como suelen hacer los malvados, más proactivos y menos aficionado al verbo.

 Eran las horas de la tarde y el sol trataba de recogerse, cuando pillé al diablo muy cerca de aquella ermita antigua tratando de impedirles el paso a aquellos que les tienen miedo, y estirando un tanto el pescuezo, quiso el viruñas meterme miedo, pero me hice el que no era conmigo y continué mi camino hasta la pequeña capilla a donde me dirigía, solo en forma de paseo vespertino.

 Perdone usted el atrevimiento, pero me veía palidecer de cólera al ver que su desgraciado admirador le lamía los zapatos al cura en el convento.

 Es la adulación la peor de las maneras para tratar de quedar bien con una persona, pero, cuando lo vuelva a ver sabrá en qué para su adulación; pensé para mis adentros, “ese pisco tiene planes siniestros”.

 Sin embargo, miré al cielo en señal de respeto, e hice mis primeras oraciones antes de que me acobardara el miedo.

 Esto pasó esa tarde en vísperas de semana santa en esos primeros días antes de comenzar los festejos, al día siguiente cogí camino al monte a visitar a mi tío, el más viejo.

 Ya en el campo con el abuelo, nos divertíamos sin pararle bolas al cuento ese de que en semana santa todo es pecado y darse golpes de pecho.

 En las calladas noches al salir a la obscuridad, se veían muchas cosas que no podía observar. Yo soy bastante creyente en lo bueno que aquí hay, y no me gusta mirar hacia atrás.

 ¿No oyes que me acerco? ¡Mira hacia atrás, mírame, mírame!" escuché algunos susurros extraños. Por supuesto, que todo esto era el diablo quien lo decía.

 Pero, si se humilla la razón humana hasta el piso, la torpeza nos consumirá. Si se enloquece la lengua, ofendes tu dignidad, es como echarte al suelo para que te pisoteen antes de perdonarse así mismo sus propias faltas.

 Cuando la tarde se reclinó en las praderas, regresaron los vaqueros con sus armas, nos invitaron a jugar a darle plomo a unas aves y otros bichos raros que saboteaban la paz de la zona.

 El ganado empezó a remolinearse entre espantado y arrecho por tanta bulla. Apretujándose contra las cercas del potrero, se espantaron con ímpetu arrollador hasta darle bote a la cerca y perderse en la distancia. En la estampida quedaron aplastadas tres becerras.

 Al siguiente día en la madrugada me levanté algo asustado después del suceso nocturno y de la arrechera del viejo, quien echaba madres a diestra y siniestra.

 Me tomé un sorbo de tinto algo amargo, y los vaqueros me llenaron la cabeza de cuentos bastante raros según mi concepto.

 Pero, como ese no era mi problema, yo no hice nada al respecto, ni la tarde anterior ni ese día. Y los brabucones vaqueros les tocó salir en la noche a buscar el ganado.

 —La otra noche se nos apareció el diablo con una flama en la mano, y caminando sin pisar el suelo. Quedamos tiesos del miedo.

 —Y ustedes, ¿para dónde creen que van? Les preguntó el espectro.

 Eso me contaron ellos.

 Cuando íbamos a buscar el hato, sólo se advertían los relámpagos a la distancia, los vientos casi nos arrastraban, el capataz se desmontó a cargar la escopeta.

 Al atravesar unos terrenos tan resecos y duros, dijo uno de ellos; aquí hay un rastro de una mula herrada, tenía razón porque al ratico vimos que se partían unas ramas de los árboles.

 —Esas son personas que andan perdías, replicó alguno de ellos.

—Parece más bien ganado, dijo otro.

De súbito, se descolgó un aguacero terrible, y aturdidos por los truenos vimos en la oscuridad un caballo grande y negro que resollaba humo por la nariz y escupía un aliento a huevos podridos.

 Entonces escucharon una voz: ''Soy el diablo y vengo por vosotros''.

 Ellos llenos de miedo huyeron para todos lados, teniendo en mente la búsqueda del ganado.

 Apenas aclaró el día, vimos unos vaqueros que traían a los toros recién cogidos atropellándose entre ellos.  

 Pensándolo bien…

Por la mentalidad de las gentes, o la forma de concebir el mundo que nos rodea, nos damos el lujo de permitirnos ''ver u oír” tantas cosas como los cuentos que nos cuentas nuestros viejos.

 En estos casos, el diablo hace parte del imaginario emocional, como una fuerza real en nuestra sociedad irracional, aunque esto traiga consecuencias negativas para nosotros mismos o para los demás.

 Ahora bien, no todos los sucesos incomprendidos o extraños para la mente humana son irreales o diabólicos. Hay que entender que existen realidades espirituales y mentales propios de la vida en este mundo.

 Debemos tener en cuenta toda aquella tradición religiosa que, heredada del periodo colonial, nos ha sido dada como complemento al credo cristiana religioso, y es el concepto de “el diablo”.

 En las primeras épocas después de la conquista de los españoles, el poder de la iglesia católica en la sociedad “amerindia” fue demasiado fuerte. Esto con el propósito de mantener viva las tradiciones religiosas y morales en los pueblos conquistados.

 Con las apariciones diabólicas, la iglesia pretendió defender los principios básicos de su doctrina. Y bajo la amenaza de ser condenados al infierno, si no se cumplían los requisitos para la santificación, nos inundaron de mitología y leyendas urbanas con tal de alcanzar sus propósitos.

 La utilización del diablo por parte de la “iglesia” está relacionada con los comportamientos privados censurables. El diablo hace cosas simples, pero por la maldad de la persona suceden las tragedias.

 Ya nadie quería salir por las noches, por temor a encontrarse con el diablo.

 En estos días casi nadie come cuento de estos relatos, pero quienes viven experiencias sobrenaturales dan fe de que son ciertas. Pero, quien las vive es quien las goza.

 El diablo está en lo detalles.

 En las cosas insignificantes del diario vivir están los detalles que más nos condenan, el diablo siempre está en esos detalles que casi siempre dejamos pasar inadvertidos, pero que alteran nuestra percepción de lo conocido, así como lo son las letras pequeñas de los contratos, que ponen cláusulas infinitas y confusas. Cosas en apariencia insignificantes y cotidianas que resultan graves para nuestra subsistencia, porque es precisamente ahí donde radica lo esencial.

 La apología al delito que hacemos con nuestro imperfecto actuar, y las imperfectas necesidades propias de la naturaleza carnal; la crítica, las malas costumbres sociales, el enaltecimiento de hechos delictivos por ejemplo cuando se dice que quienes roban un supermercado lo hacen por hambre, o por hacer justicia y luego repartir lo que han hurtado. O cuando se habla de golpear a otra persona al encontrarlo robando, no es un delito. O cuando apoyamos a quienes protestan violentamente y dañan a otros, justificándolo con la necesidad de la gente, igual a lo que están haciendo muchos del gobierno en busca de que les aprueben sus solicitudes.

 Ese es el verdadero diablo con el que desean muchos amedrentar e impedir alcanzar las metas de la mayoría de los pueblos. Ese es el verdadero enemigo de quienes aspiran a un cambio de vida.

 La poesía nos da licencia para expresar nuestros sentimientos de distintas maneras, la pasión que nos devuelve a la vida, por eso abro mi corazón y mi alma a la inspiración divina.

  

JoseFercho ZamPer