Un Gilimón en Bogota.


En una región muy apartada de todo y de todos, poco y nada conocían sobre la civilización. Pero poco a poco la civilización fue llegando a ellos.

Así como pasaba el tiempo, la civilización se iba acercando al campo y la modernidad con ella.
Gilimón era un joven campesino sin estudio y sin más aspiraciones que las de todos en la región donde vivía.

Pasados unos veinte años desde su nacimiento, se comenzaron a ver caras nuevas por la vereda, ya que las personas de la gran ciudad estaban comprando parcelas para sus casas campestres,  para el descanso y recreo.

A nuestro amigo Gilimón, le comenzó a llamar la atención las cosas nuevas que veía, y le fue entrando el gusto por ellas, toda la modernidad que estas gentes traían a sus viviendas.

Comenzó a hacer amistad con los visitantes del fin de semana, o temporadas de vacaciones, con el deseo de aprender sobre esas maravillas tecnológicas.

Gilimón, durante la semana se dedicaba a labrar la tierra y demás actividades del campo, esperando con ansias que al final de la semana viniera algún visitante a las casas nuevas, para tratar de conocer gente y con ellos conocer los juguetes que traían.

Y con ese ánimo y expectativa se pasaron varios días, meses y años, aprendiendo y conociendo, tanto a las personas como a sus accesorios.

Ya con más confianza y conocimiento de su nuevo entorno, pidió trabajo en una de las parcelas vecina, para realizar el mantenimiento y todas las labores que exige una vivienda de recreo y descanso en el campo.
Así fue como conoció a una de las hijas de los dueños, de la cual se enamoró perdidamente. Tan perdido estaba que no se daba cuenta que lo usaban y abusaban de él, hasta el punto que lo maltrataban de todas las formas, pero según él, era por el amor que le tenían.
Pasados uno años más, Gilimón estaba entusiasmado con irse a la gran ciudad. Y creyéndose novio de la chica, le pidió al suegro que lo llevara a trabajar con ellos a la capital.
El patrón, conociendo a su obrero, vio la oportunidad de tener un buen elemento en uno de sus negocios. Ya que poseía varios locales comerciales y panaderías en la gran ciudad.

Un buen día se encontró Gilimón en la capital, trabajando en todo lo que lo pusieran a hacer en una panadería. Asear el local, atender a los clientes, entregar pedidos, y muchas más labores. Se levantaba temprano y se acostaba tarde, y todo eso lo aceptaba por amor, porque el patrón lo quería bastante, decía.

Después de varios años así, pidió en casamiento a su novia, “le propuso matrimonio a la chica de la que él creía era su novio”.  Ya se imaginarán con lo que le salieron, la respuesta que le dieron fueron muchas más palabras de las que él se esperaba. “Qué le pasa, quien se cree usted, que se creyó mijito, no sea tan igualado, quien le dijo que yo era su novia, etc.” Y por ahí paso la cuenta.

En esas condiciones, a nuestro amigo Gilimón le comenzó a ir como a perro en misa, patadas por allí, regaños por otro lado, burlas y otros desprecios más, tanto de sus compañeros de labores como de los patrones.

Así las cosas, y como uno de campesino se da a querer en todo lado, el guayabo no fue tanto como para echarse a morir. Más rápido que ligero, le ofrecieron trabajo en otra panadería, con lo que había aprendido ya estaba apto para nuevos retos. Por ser tan emprendedor y servicial, le iba mejor que antes. Ahora tenía novia de verdad, y alguien que lo quería, no solo para que trabajara sino también para salir, conversar y compartir más cositas juntos.
En las cosas del amor, el que manda es el corazón, no la persona, por tal razón ellos eran felices, eran tal para cual, el uno para el otro.

En vista de tanto menesteroso en su entorno, nuestro querido amigo, repartía pan y otros alimentos de acuerdo a sus posibilidades a quienes suplicaban un trozo de pan.

 Un día algo opaco y frio, entraron unos tipos mala carosos al negocio a robar, Gilimón estaba ocupado en sus labores, pero al percatarse de lo que ocurría, cogió un garrote que mantenía guardado para labores especializadas, como defensa personal y otras. Salió con todo el sigilo y les dio a cada uno su leñera, como en sus viejos tiempos cuando se defendía de los perros bravos y demás animales que lo atacaran en sus andanzas campesinas.

Dichos pillos salieron de allí como alma que lleva el diablo, más apaliados que político de pueblo en ciudad.

Desde ese día se hizo famoso por todo el barrio, como defensor de los pobres y de los inseguros, la gente lo respetaba aún más, y le brindaban su apoyo.  Allí nació una nueva profesión para nuestro respetado amigo.

En vista de la necesidad de protección para los negocios, se fueron uniendo varios de ellos bajo la dirección de Gilimón, como el duro del garrote.

Además de sus labores de panadería, ayudar a los menesterosos, ahora prestaba seguridad con un grupo de engarrotados vigilantes.
Esto lo hizo más famoso en los barrios vecinos y debido a ello, se fueron uniendo para conformar otros grupos de vigilancia, y restablecer el orden perdido por tanto descuido de la comunidad.

De ese modo también se hizo de enemigos, debido a que los ladrones no podían hacer de las suyas, andaban buscándole la caída. Un buen día y mientras repartía algunos alimentos a los ancianos de “la posada del abuelo”, lo cogieron entre varios y lo cascaron, pero los mismos abuelos al darse cuenta, y con sus bastones lo defendieron de tal manera que se armó la de Troya, llegó en auxilio toda la comunidad. Hasta la policía llego allá, al oír tanto alboroto.  Cogieron a todos los pícaros, y los echaron al calabozo, pero para defenderlos de la comunidad y así evitar que los lincharan.

De aquí en adelante toco andar acompañado, nos cuenta Gilimón. ¿Porque será que ayudar a otros es más jodido que joderlos? Pregunta con dolor y tristeza.

Nos cuentan que desde ese día y hasta hoy, no se ha vuelto a encontrar ni un solo malhechor por esos barrios. Ese sector se volvió más sano que la comida vegetariana.

Una cosa más amigos, nos dice a grito entero, mi nombre no es Gilimón, sino Filemón.

Moraleja.
Es todas y cada uno de las hectáreas de tierra de mi patria, vive una raza de gentes luchadoras y capaces de transformar el mundo que lo rodea.

Eso somos nosotros, una humanidad cambiante que no se conforma con lo que somos ni tenemos para bien o para mal. Somos luchadores y “echáos pa´lante”.

Si no fuésemos hijos de esta tierra no seríamos lo que somos, pero somos Colombianos y somos los encargados de continuar con el legado histórico y cultural que nuestros antepasados dejaron.

Para garantizar el bienestar de la comunidad, no basta con que haya gente con buenos deseos o buenas intenciones, sino que estamos obligados a hacer el bien a los demás.

Hoy caminamos sobre las huellas de nuestros antepasados, pensando con el deseo en un mañana que nos conduzca por el camino de la libertad.


JoseFerchoZamPer

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