La mujer de mis sueños.



Sin lugar a duda, una fuerza oculta dentro mí, me seducía a prestar más atención a la voz que en mi corazón me hablaba sobre la vida en lo profundo de mi espíritu.

Fue en el mes de febrero cuando la vi por vez primera, caminaba por el parque del pueblo en medio de las primeras lluvias de verano, ella me vio primero, me miro con sus ojos de “yo no fui”, estaba sola al otro lado del parque bajo una gran sombrilla.

El ritmo de mis pasos resonaba por la urgencia que llevaba, el camino estaba húmedo, mis movimientos presagiaban una caída, los demás hombres no percibían nada, entre exhalaciones excitadas mi boca susurraba a los ojos que la mirara, me detuve un momento y levanté la mirada, con una sonrisa que no decía nada, le contestó a mi mano que saludaba. En ese momento sentí que mi sangre se calentaba, y me quedé frío, todo me temblaba. Ahí mismo, no pude hacer nada.

Esa noche la vi en mis sueños, la buscaba por todo el parque con afán de encontrarla, muy poco pude dormir por tanto soñarla. Al fin la pude ver, sentada frente al jardín, el que está junto a la fuente iluminada. La observé con un espíritu de profunda ternura y sin palabras, era realmente hermosa, su cuerpo solo comparable con las rosas que la adornaban, toda ella armoniosamente ataviada.

Luego de unos profundos y suspirantes instantes me atreví a hablarle, ¿era el perfume de su cuerpo, la ternura de sus ojos o su radiante belleza, lo que me llevaba al desespero de encontrarla; o tal vez era la infinita soledad en que me encontraba? 

Me miró con sus bellos y azules ojos, como mujer ninguna haya podido hacerlo en este mundo ante mi presencia, un tanto agitada. Me sentí como niño recién llegado al mundo, desnudo pero amado. No comprendí lo que sus labios me hablaban, en aquel momento me sentía perdido en su mirada.

¿Quieres sentarte aquí conmigo? Repitió varias veces, hasta que al fin mis oídos pudieron descifrar sus palabras, pues mi cerebro no coordinaba. Y antes de que ella volviera a hacer la pregunta, yo ya estaba junto a ella sentado.

En ese mismo instante olvidé todo lo que yo era; que andaba medio muerto, que muchos demonios me atormentaban, que, al atardecer, de lágrimas mis ojos se inundaban, que los astros se desaparecieron de mis noches solitarias, y que como un loco por las calles deambulaba. Todo eso dejó de existir en aquel instante, ante la mirada tierna de esa hermosa mujer, que en mis brazos se encontraba.

- ¿Ven conmigo? -me dijo.

No supe que responder, no sabía de ella nada.
Ella me observó fijamente, con su mano toco mis ojos, entonces pude ver la hermosura que a mi alma le faltaba, y que en el otoño de mis días ya nada ni nadie llegaría a saciarla. Sólo en el amor verdadero estaría el reposo de mi alma.
Si no, sigue tu camino, me dijo.

Y tal vez, bajo la sombra de un ciprés te encuentres otra vez llorando; en ese instante la bestia que vivía en mí se convirtió en una luz que alumbró mi camino, y dije SÍ.

En ese instante pasó su mano sobre mi humilde corazón, y me devolvió todo lo que había perdido en mi vida anterior; el amor.

Muchas puertas que estaban cerradas y selladas desde el día en que el amor había muerto, se abrieron al instante, al penetrar el templo de mi alma. Hasta hoy ningún ser humano había podido devolverle el brillo a mi espíritu, por eso sé que ella es divina, no humana.

Mi mayor desgracia era que ni los más grandes médicos habían podido hallar la cura a mis males, habían renunciado a buscarla, y se conformaban solo con hablar de ella y más nada.

Yo podré adorarla, pero si ella no existe, no servirá de nada.

JoseFercho ZamPer

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