La mujer mas berraca del mundo



Don Antonio y su hija, "La mujer mas berraca del mundo"


En una vereda de mi pueblo, hace muchísimos años, nació el joven menos guapo de esa región, a quien la vida no le dio oportunidades, ni tampoco sus padres.

En las noches sufría quebrantos de salud debido al frio tan infernal que caía por ser una zona alta y montañosa.

La comida era tan escaza, que lo poco que comían eran los palominos que cazaban dejando sin zureos a la noche. Aunque el campo producía todo lo que se le sembrara.

Tenían en casa toda clase de armas rusticas y artesanales que uno pueda ver, un rocín igual de descompuesto a sus dueños, y bastantes hectáreas de tierra enbarsaladas que solo los animales conocían.

A sus 18 años era tan seco de afecto como de carnes, con un rostro de pocos amigos, madrugador y un depredador, los animales huían a leguas de él.

Por allí no llegaban ni las malas noticias, por lo que el saber era esquivo a estas gentes.

El hambre lo enflaquece, las disputas lo fortalecen, por lo que se mantenía armando líos.

Cada día perdía el juicio, y se desvelaba por entender el sentido de la vida, porque se imaginaba que lejos de allí las aventuras eran mucho más emocionantes de lo que él vivía.

Sin duda alguna que lo eran, sus continuos pensamientos lo llevaron a un sendero tan estrecho que no atino más que irse a prestar el servicio militar, con tan buena suerte para él, que en esos días se inauguro con estruendos de cañones y escopetas, la guerra de los mil días.

Tuvo mucha competencia allí, habían tantos locos como él, se exigía el doble de lo que le pedían, con tal de obtener un lugar visible en las filas, ya que su estatura no es que le ayudara mucho para hacerse visible.

Como eran tiempos de guerra, este soldado con nervios de acero, o mejor dicho, sin miedo; luchaba contra todo lo que se le opusiera y con todo lo que tuviera a su alcance, ya fuera a machete, a garrote, o con su escopeta y otras veces con la bayoneta. Cualquier cosa era arma para él. Por estas razones fue condecorado con la medalla al valor.

Aunque fue en las cercanías del Socorro, en la hacienda la Peña, donde se inició la guerra el 17 de octubre de 1899, y el primer combate tuvo lugar el mismo día en pinchote, fue Bucaramanga el centro revolucionario donde se fraguo la Guerra.

La guerra se inició en Santander y con ella los reclutamientos. Las filas de los rebeldes se llenaron con voluntarios y con gente que preferían los riesgos de la revolución a ser reclutados por el gobierno. Algunos fueron seguidores entusiastas de los jefes de renombre o de los líderes locales del partido liberal.

En noviembre los liberales asaltaron Bucaramanga. Hubo derroche de valor y de temeridad por parte y parte, en un combate épico que duró casi cuarenta y ocho horas y del cual quedaron en el campo más de mil muertos liberales y no más de cien conservadores, de allí salió heridos Uribe Uribe y varios jefes del ejército liberal. No se dieron reposo después de la mortandad de Bucaramanga. Los liberales fueron derrotados en Manta, pero se desquitaron en la batalla de Peralonso.

A propósito de Palonegro, será siempre un yerro de estrategia y un pecado de táctica, un monumento de pavor para ejemplo de la esterilidad de las guerras civiles; mas en este campo donde tantos estragos hicieron los cosacos de las bestias apocalípticas, quedó demostrada la masculinidad de los colombianos, llegados de todos los rincones del país”. (Coronel Leonidas Flórez Álvarez)

La Batalla de “Palonegro” la más prolija que se registra en nuestras tres guerras de tres años, duró 15 días, con sus noches: empezó el viernes 11 de mayo de 1900 y terminó el viernes 26 del mismo mes.

El General Rafael Uribe Uribe dice: en cuanto a lo sangrienta, esta batalla excede en cualquier otra de la época, pues un 70 por ciento de la oficialidad quedó herida, y el restante bañó con sangre los campos santandereanos, dejando en ella la semilla de las nuevas generaciones, que vendrían a formalizar la bizarría y el empuje de los santandereanos.

“Palonegro” fue estéril como vientre de mula, y maldita como la higuera del Evangelio; y lo peor es que, habiendo debido ser colofón de una revuelta, vino a trocarse por arte de “mafia política” en antesala de la guerra de los mil días.

Acostumbrado al monte y a pasar penurias, no tuvo ningún problema para acomodarse a lo incómodo del lugar, en poco tiempo se encontraba en plena batalla contra enemigos tan invisibles como su propia imaginación. Se enfrascó tanto en sus batallas, que se le pasaban los días y las noches en un solo ajetreo, por el poco dormir y poca comida se le secaron hasta los sesos, de manera que vino a perder el poco juicio que le quedaba.

Se llenó de todo aquello que veía en las batallas, se volvió tan pendenciero y arisco que sus propios compañeros de luchas le tenían miedo.

Asi lo narraba nuestro valiente guerrero, y la historia lo corrobó.

Terminada la guerra volvió a casa. En lo de la valentía superaba a muchos, en lo aventado y resuelto no se le comparaba con ninguno, no era nada melindroso ni llorón. Pero la guera lo dejo tan desubicado, sin saber qué hacer y con su retostado juicio volvió a su lugar de procedencia, donde gracias a su ausencia habían vuelto a criar las aves y demás animales silvestres. Lo primero que hizo fue limpiar y arreglar las armas y demás fierros que usaba para la caza,  olvidadas en un rincón y llenas de oxido por el desuso. 

En lo que antes fuese su hogar, se habían suscitado cambios inaceptables para él, se rechazaban los agravios y las actitudes salvajes, con estos tan desagradables mandamientos y desmotivado por sus extraños gustos, se sentía prisionero en su propia casa.

Era un hombre joven con ganas de luchar, se dedicó a trabajar el campo, oficio que conocía por ser campesino de cuna, sus padres le dieron un pedazo de tierra para que trabajara e hiciera su vida allí.

Le compró el viejo asno al vecino de la finca, luego se fue de casería a las montañas, para no extrañar mucho su anterior vida.

Cuatro días pasó en el monte cazando, completó una carga de animales, los echó en la bestia y se marcho a casa. Comió tanta carne que duro otros cuantos días empachado, se sentía muy puesto en razón que se hecho a pensar en lo que ahora era, y no era antes, para tomar decisiones importantes para su vida después del ahora.

Se sentía tan a gusto, que en este pensamiento duró unos ocho días, hasta que se dio cuenta que estaba solo, y que necesitaba con quien hacer un futuro, en ese mismo instante le pasó la pensadera.

Limpiándose los ojos, se rasco la cabeza como quien se despierta y piensa - y ahora que hago- se dijo para sus adentros.  Será ir a buscar una dama que se enamore de mí, porque yo no creo posible tal locura para mí. El asunto es que sin mujer, como mantener una casa aseada y en orden, ya que esa era su idea de hogar.

Si por mi buena suerte me encuentro por ahí con alguna buena mujer, como de ordinario le acontece a los caballeros, le voy echando mano y haciéndola mi esposa, antes que se arrepienta.

Aquel día en el pueblo, y con unos cuantos guaros encima, se le aflojo la lengua y así era como hablaba, cosa que en buen juicio no lograba hacer.

Se encontró con una joven y al verla recordó que cuando niños él se había enamorado de ella, aunque ella jamás lo supo. Al instante recordó su nombre y le saludo, hola Rosa, donde andabas que hace muchos años no la veía, le dijo.  Y no esperando más tiempo para hacer efectivos sus pensamientos,  sin dar parte a persona alguna de sus intenciones, y sin que nadie le viese, una mañana amanecieron casados, antes de que alguien pensara en no permitírselo.

Estaba contento de haber dado inicio a su empresa, y con esto se animó a seguir el camino, con su mujer y su caballo, convencido que ya tenía lo necesario para continuar su aventura.

Dios, te ruego que no te olvides de mi compañera durante mis tortuosas andanzas y mis caminos interminables por donde emprendo mi carrera, oraba cada mañana.

Su lenguaje y su mal vestir despertaban en Rosa la risa y el enojo, y pensaba en, si aquel hombre era el príncipe por quien había esperado tanto tiempo, a la final aceptó que fuera o no fuera él, era mejor tratar comedidamente.

El caso es que estuvo quince días en casa muy sosegado, sin dar muestras de querer salir de allí, más que a conseguir lo de la comida diaria, en esos días la comida se daba silvestremente y a tiempo entre los matorrales, solo había que tener la sal en la cocina y listo.

Encomiéndalo a Dios, mujer, le decían a Rosa sus amigas, pero no apoques tu ánimo, por tan poco asunto y más teniendo por cierto que te sabrá dar todo aquello que faltaré a su persona.

Después de tranquilizarse todo por allí, al poco tiempo llego el primer hijo, solo que fue niña; y esto no fue muy del agrado del padre, así que intento de nuevo buscando un varón, con tal suerte que hasta el tercer intento nalió varón. Tuvieron muchos hijos, más de los que un solo hombre puede alimentar.

Era tan buen padre como el suyo, que ni los ayudaba a cuidar, pues decía que eso era cosa de mujeres. 

En algún lugar en medio del monte y un día que no recuerdo, llegué a este mundo, para tristeza de mis padres. Pues ellos no deseaban más hijos y menos mujeres, pues ya tenían bastantes en casa, dice con tristeza Gabi.

Por alguna razón que aun desconozco, mi padre no me rechazó como a mis demás hermanas, de tal forma que me protegió y me tomo como su acompañante de aventuras desde escasos 3 años.

No permitía que nadie me tocara ni menos que me pegaran o algo así. Un día mí hermano me hizo caer sobre unos troncos en el piso y eso fue motivo suficiente para que él se fuera de la casa pues temía que mi padre lo acabara a garrote. Y nunca más lo volví a ver, recuerda con profunda tristeza.

Como si a eso se le pudiera llamar amor,  ya que esta niña tan solo tenía tres añitos, y era tan frágil como un colibrí. Aun así, andaba junto a su padre sin tener quien la protegiera.

En ese tiempo no existían leyes que protegieran a los desprotegidos, mucho menos a los niños, que muy en perjuicio de su salud física y mental fuese afectada por tales andanzas.



Don Antonio, como lo llamaban sus vecinos, cultivaba la tierra y criaba animales para alimentar la familia. No obstante, llevaba al pueblo buena cantidad de productos para la venta y para cambiar por licor, y algunos otros elementos necesarios para la vida cotidiana del campo.

Muchas veces se quedaban a dormir en las labranzas, debido a que se les hacia tarde para regresar, la niña tenía que cocinar y ayudar en el beneficio de las plántulas. Ya se imaginaran los banquetes que se daban allí, algo de queso y unos mendrugos de pan, y unas astillas de yuca mal cocidas, con algo de carne encenizada, esos eran los manjares que se servían.

Y para dormir, se enrollaban en sacos, como quien hace un chicote de tabaco, de otra manera amanecerían tan comidos por los bichos que ni caminar podrían.

Por allá duraban hasta una semana sin volver a casa, la niña lloraba tan desconsolada por la falta de su mami,  que ni comía, y todos sabemos la importancia que tiene para un pequeño el comer bien y el amor de una madre.  No querrás vivir tú, tales aventuras.

Sin saber leer ni escribir, y sin conocer más que la vida salvaje, que caballero se puede ser, todo es amargo y sin gracia.

En algún lugar de las montañas tenía su madriguera, no sabemos de quien o porque se escondía, parece ser que se había acostumbrado a vivir atrincherado en su desgracia. Y en verdad que carecía de toda gracia, es decir, no le causaba ninguna gracia a nadie, sino pesares.

Al volver a casa, la niña llegaba cada vez más seca, por tanto llorar. Así pasaron varios años, y aunque se trabajaba duro, en la casa se pasaban muchas necesidades, pues la mayoría de lo que se ganaba, lo escondía para no gastarlo.

En casa se hacía solo lo que él dijera, sino corrían el riesgo de ser levantados a garrote por donde les cayera, así su mujer e hijos aprendieron a ser sumisos, todos en casa le tenían miedo.
Hasta a los vecinos les daba miedo hablarle pues era hombre de pocos amigos. Le gustaba comer pólvora con aguardiente disque para mantener su coraje.

Por razones desconocidas, mi padre tenía que esconderse en el monte sobre todo en la noche, y muchas veces me llevaba con él. Crecí con miedo y desconfianza de la gente, sin saber quién era amigo o enemigo, pues mi padre decía que el mejor amigo era traidor, por tal razón pasé muchos años de mi vida sin poder diferenciarlos.

Quien o porque nos perseguían, nunca lo supe, lo cierto fue que muchas noches tuvimos que huir de casa a dormir al monte pues llegaban gentes buscándonos. Nos tocaba dormir con un ojo abierto y listos para huir, creo que eran tiempos de la violencia aquella en que peleaban unos contra otros sin saber porque.

Unos años después nos toco huir lejos de casa, a muchos días de camino. Allí en medio de la nada, en las montañas, construimos una choza donde poder vivir. Alejados de la civilización pero más cerca de Dios.

Sembramos diferentes cultivos para comer y para tratar de llevar a vender a algún lado. Recuerdo que pasaban semanas sin oír a ningún mortal por esos lados. Aunque por allí no vivía nadie, solo las bestias del campo. Algunas tardes ya casi noche, salimos a algún caserío de alguna parte a llevar los productos de la labranza para cambiarlos por otros de la ciudad. Al devolvernos lo hacíamos bajo las sombras de la noche y por caminos por donde nadie pasaba, eran montañas altas y bastante peligrosas.

Aprendí a luchar a los pocos años de edad al lado de mi padre, recuerda ella, quien la cogió como su acompañante en sus aventuras, enfrentando tanto las inclemencias del tiempo como a sus enemigos naturales por razones de su personalidad.

Cuentan que una vez les salieron en el camino unos diez chuzmeros, y los enfrentó a bala haciéndolos huir. Siempre andaba con su escopeta al hombro, una bayoneta y la macheta de trabajo diario. Decía que nada le daba miedo, pues en la batalla de peralonso las balas le pasaban silvando a lado y lado y no le hacían nada.

Era tan buscapleitos que un dia estaba con tres amigos tomando en una cantina de la vereda, discutieron por razones de los tragos, y les armó bonche, como eran mayoría lo sacaron corriendo, se fue a casa, sacó la escopeta y otros fierros, se escondió a esperar que pasaran de regreso a sus casas, duro toda la noche escondido a la vera del camino esperándolos, pero nunca pasaron. Lo concían tan bien, que prefirieron irs por las rastrojeras a pasar por el camino.

 A este hombre lo perseguían las bestias salvajes, gatos monteses, fieras que echaban humo por la boca, con dientes de sable, también lo atacaban perros negros con ojos de fuego y garras como de león, era algo normal escucharle contar historias de estas, pero lo mejor era que varias veces hubo testigos que lo corroboraban.

Cuentan que una vez peleaba con su mujer, ya la estaba ahorcando cuando de repente saltaban unos gatos negros desde los árboles, maullando en una forma tan infernal que se lleno de pánico y salió huyendo diciendo que era el diablo, dejando medio muerta a su mujer.

Gabi aprendió a caminar por los peores caminos, pues su padre casi nunca usaba los caminos normales de las personas sino que buscaba ir por donde nadie lo viera, pues no solo huía de la gente sino también de la policía; pues lo buscaban con mucha frecuencia por sus conflictos con los demás.

Duraban semanas enteras con su padre escondidos en el monte, donde trabajaban la tierra, dormían en trincheras hechas por él, para protegerse del mal clima y de los mosquitos que sobreabundaban. En esta forma paso la infancia, así aprendió a ser muy callada y poco sociable, además miraba a los demás con sigilo pues no sabía en quien confiar.

Pasaba días enteros triste y llorando, pensando en mi madre y mis hermanos, pues no los podía ver por estar perdida en el monte con mi padre.

Aprendió a tener miedo de los demás, a ser desconfiada, a estar a la defensiva y siempre expectante aunque no hubiese motivo para ello. La perseguían los fantasmas, las ánimas, los animales salvajes, las sombras y hasta los hombres.

A este guerrero a sus 50 y tantos años de vida lo acosó la muerte hasta que se lo llevó sin dar mucha pelea, pues ya estaba tan agotado de luchar en la vida que no pudo dar más y una enfermedad de muchos años lo venció.

Mi padre escondía el dinero que le quedaba de lo que vendía, al cabo de un tiempo tocaba sacar a asolear los billetes pues comenzaban a llenarse de moho. Recuerdo que tenía una mochila llena de billetes y monedas. Pero los escondía en el monte y después de su muerte nadie supo donde estaba dicha mochila y seguimos siendo pobres por muchos años más.

Gabi tenía escasos 12 años cuando el murió, pero aún así le tocó aprender a tomar las riendas de su casa, y muy pronto manejaba con valentía lo que su padre había dejado, tomando así el liderazgo de su familia en casa de su mamá. Esta mujer había heredado el espíritu de su padre.

La lucha contra el hambre.

Se caso a los 18 años con un buen hombre, trabajador y luchador como ella, pero tuvieron tantos hijos que su situación se torno mas difícil pues alimentar a más de una docena de hijos y darles estudio y vestido era cosa imposible. Su lucha se incrementó cada día pues las pocas fuerzas se consumían trabajando el campo y criando a sus hijos, tarea titánica para una mujer de talla mediana y bastante desnutrida, pues la falta de alimentos no permite tener un cuerpo apto para estas labores duras del campo y el hogar.

Después de la muerte de mi madre nos fuimos a vivir a una finca de unos abuelos muy buenas personas, allí ya comenzamos a trabajar para sacar adelante a nuestros hijos. Cosa bastante difícil pues darle de comer a tantos exige mucho trabajo.

Una de sus mayores batallas fue contra el hambre, o la falta de comida. Ya que su familia siempre fue numerosa, nunca hubo suficiente para todos. Aunque la tierra produce buena comida uno no se puede alimentar de dos o tres productos solamente.

Mi lucha ha sido sin descanso, siempre he estado sola aunque hayan muchos con migo. Esto es apenas un breve comentario de mi vida, pues no se alcanzan a imaginar lo dura que ha sido mi lucha por sobrevivir.

Por más de 80 años me ha perseguido mi padre, su espíritu no me ha dejado sola. Para mal o para bien su compañía ha sido mi fuerza, al momento de enfrentar a los que me quieren hacer daño, el ha estado con migo y me ayuda a vencerlos.

Recuerdo que un día caminaba a casa en el campo, un hombre grande como de 2 metros venia hacia mí con un machete al cinto amenazándome, de un salto lo agarre del cuello con una mano y con la otra le cogí la macheta y lo empuje a un vallado, este hombre no supo donde quedó al ver mi destreza. Nunca más me volvió a mirar mal.

Me llamaban con cariño “la fiera”. ! en alusión a mi agilidad. ¡ eso creo.

A estas alturas de mi vida me da la impresión que todo eso no ha sido lo mejor para mí, ni para mi familia, creo que si hubiese tenido un padre cariñoso, tierno y comprensivo tal vez no hubiese tenido tantos problemas en la vida.

Las historias contadas son muy bonitas, pero vivirlas son muy difíciles, no tienen ni idea cuánto daño y sufrimiento me ha causado todo lo que he vivido, tanta soledad sin tener a nadie con quien compartir las cosas buenas y malas de mi infancia, las penas y tristezas de ser una persona desagradable a los demás por mi forma de ser, por mi mal genio, porque no aprendí a valorar a las personas por las cosas sencillas de la vida sino por sus capacidades de trabajar y producir ganancias.

Desde muy niña tenía que trabajar duro como uno grande, recuerdo que mi padre me regañaba por no hacer una cantidad de trabajo como él, y aprendí a exigirle a los demás que no descansaran sino que tenían que trabajar a toda hora, pues el tiempo perdido los santos lo lloran y que al hombre sin plata la cama lo mata y muchos otros dichos que me hacían ser productiva y exigente con los demás.

Cada día y noche en el monte, anhelaba estar con mi madre y mis hermanos, pero tenía que aguantarme las ganas, pues no sabía ni dónde estábamos, mucho menos saber llegar a casa. Esto me hizo ser una persona poco amiga de la familia, pues prefería estar sola que con ellos. A si mismo me impuse en mi casa, domine a mi esposo y a mis hijos, siempre fui la que mandaba y decía lo que se hacía y lo que no.

Parece que esto no fue muy bueno, pues si no estaba yo al mando, nadie hacia nada y menos lo que yo decía, pues no podía estar siempre a lado de mis hijos.

Mirando hoy a mucha gente que tiene ideas y sueños para sus vidas, me doy cuenta que yo no aprendí a soñar pues ni siquiera podía dormir bien menos tener algún sueño. No he podido entender a la gente que dice tener planes para el futuro, o que quiere sacar adelante sus sueños, como si soñando lográramos satisfacer las necesidades del diario vivir.

Con tantas necesidades no queda tiempo para soñar ni hacerse planes a futuro, menos analizar o planear lo que vamos a hacer. Pues las obligaciones nos llevan a estar a toda hora en el rebusque de la comida y más cuando son tantos en casa y están esperando que uno solo haga todo.

Tenía que madrugar antes de las 4 de mañana, a hacer desayunos y a alistar todo lo de los muchachos, pañales, teteros, ropas y mucho mas, además el almuerzo y todos los oficios de la casa, era imposible tener cabeza para algo mas, menos para tener sueños.
Para mayor desgracia mía, mi esposo murió en un accidente, dejándome con hijos pequeños razón por la cual me enfermé varios años y nos tocó más difícil, aunque ya los mayores ayudaban a trabajar, pero eso de ser madre y padre a la vez no es nada fácil.

Gracias a Dios mi vida ha cambiado en todo sentido, en el trato con mis hijos y con los demás, pues Dios me ha transformado. He podido vivir muchos años de paz y armonía en mi casa con mis hijos, con mejores condiciones económicas.


Hoy tengo más de 85 años,
y siento desfallecer,
ya no me quedan fuerzas,
ni siquiera para comer.
        
JoseFercho ZamPer



No hay comentarios.:

Publicar un comentario